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Cuentos del Pueblo: Felices las normales

"Llegué a la ciudad de Guadalajara el 12 de noviembre de 1912, y dediqué un par de días a conocer la ciudad. Finalmente, me traslade a la Hacienda del Río Grande, situada junto a una gran Cascada"
Cuentos del Pueblo: Felices las normales

El siguiente cuento fue escrito en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo, como un ejercicio para aumentar la visibilidad de un grave problema del tejido social de nuestro país y del mundo.

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Estaba cansada de vivir en el mismo lugar y de hacer las mismas cosas. Había llegado a ese punto de mi vida en el que como mujeres debemos realizar cambios decisivos, tomar decisiones que nos lleven a lugares y personas distintas, a seguir esas inquietudes que de pronto nos dan miedo. Llevaba meses sintiéndome vacía por dentro, sin propósitos que me llenaran o me sacaran sonrisas. Decidí entonces hacer una visita corta a mis tíos dueños de una fábrica de textiles en México, nunca pensando en quedarme más de una semana para poder ir a conocer las ruinas arqueológicas del Sur que tanto me recomendaron; pero la vida me tenía preparada otra clase de situaciones a las que yo iba a buscar a ese país lleno de carencias.

Llegué a la ciudad de Guadalajara el 12 de noviembre de 1912, y dediqué un par de días a conocer la ciudad. Finalmente me trasladé a la Hacienda del Río Grande, situada junto a una gran Cascada. El día de mi llegada mis tíos ofrecerían una cena en distinción de algunos extranjeros y políticos que visitaban su fábrica. Recuerdo con mucho sentimiento esa noche, ese pedazo de noche en que mi vida cambió al conocer a Marco Aurelio Ángeles.

La cena había terminado y todos los invitados tomábamos el aire en la terraza, provista de una gran planicie con ladrillos rojizos y jardines llenos con geranios, alcatraces y lirios, que seguro mi tía ordeno colocar unos días antes. La frescura traída por las constantes ráfagas de brisa provenientes de La Cascada generaba un olor único al mojar las flores y el ladrillo cocinado por el sol.

Platicaba yo con un aburrido general cuando vi a un hombre acercarse hacía nosotros por la parte izquierda de la terraza. Sentí que su mirada se posaba directamente en mí, así que descarte que quisiera charlar con quien yo hablaba. Aproveche la insistente mirada del hombre junto con mi ya despropositada conversación y me aproxime hacía mis tíos que estaban detrás de él, cambiando en un instante el rubor en su rostro al hacerlo pensar que me dirigía a él. El hecho me causo risa, me gustaba jugar con ese tipo cosas para sonrojar a los hombres.

El evento llegaba a su fin, mi tía y yo despedíamos a los invitados que no alcanzaba a despedir mi tío. El hombre del que me había burlado en la terraza se aproximaba hacía nosotras e imagine que llegaría devolverme el favor por mi juego. Baje la mirada y caminé discretamente con el falso pretexto de ver una pintura del vestíbulo contiguo. Comencé a mirar la pintura y escuché una voz.

—Therese, puedes venir por favor. —Hay alguien que quiere conocerte.

Sabía que el momento incomodo estaba encima de mí y comencé a ruborizarme de camino al encuentro.

—Buenas noches. —Therese Viller’s para servirle. Dije estrechando su mano.

—Un gusto conocerle, la vi platicando con el general Calles en la terraza, pero no quise importunarles con mi presencia.

—Descuide, ya estábamos llegando al final de nuestra conversación. — ¿Deseaba usted abordarme para algún asunto en particular?

—Podemos hablar del asunto en otro momento, me gustaría poder invitarla a desayunar mañana. — ¿Tendrá oportunidad?

—Por supuesto, pero lo espero en casa de mis tíos. Ahí podemos tomar el desayuno mañana a las 9 am.

—Perfecto, ahí estaré. —Tenga una usted una excelente noche.

Después de que Marco Aurelio entro en mi vida todo comenzó a tener un toque distinto. Los meses siguientes estuvieron llenos de momentos y lugares nuevos. Me encantaba explorar de pronto una ciudad, un paisaje accidentado o algún pueblo remoto. Tratar de verlo todo a través de la mirada de un hombre que se detenía frente a un grupo de niños para saludarlos o darles golosinas. No tardó mucho en llegar la estimación que luego se convertiría en un cariño profundo hacía él.

Alguna vez nos hemos puesto a pensar de qué forma nace el amor. Es decir, cómo este inicia a gestarse durante breves y dinámicos instantes, alimentándose con expectativas que quizás apresuradas por dos personas, confluyen y libran batallas en los terrenos más opuestos. De esta manera nació nuestro amor, un amor devorante del que fuimos presa Marco Aurelio y yo.

Algunos hechos nos privan de pensar en la inseguridad que trae consigo la vida. Y que dentro de esa inseguridad, se esconde también una seguridad, la de que algo siempre puede venir a alterar el orden de nuestra vida y de nuestra felicidad.

Afuera, los braceros despedían hacia el cielo los últimos suspiros. Disfrutábamos al final de la tarde café y pan del pueblo, cuando de pronto, una estridente voz desde la calle grito lo siguiente: ¡Marco Aurelio Ángeles, hermano del General Felipe Ángeles, salga con las manos arriba y entréguese!

Marco Aurelio volteó de inmediato buscándome los ojos, y de una manera tan natural y sin perder su postura me dijo que se tenía que despedir. Que había sido requerido por «asuntos revolucionaros». Desde ese momento supe que nunca lo volvería a ver. Se levantó de la silla y se acercó para tomarme un sus brazos. Su último gesto fue un suspiro profundo que se llevó y soltó hasta que cruzo la puerta. Salió, pude ver como el ejército lo esposaba y le ponía una tela negra en la cabeza. Imagine lo que sucedería después…

Nadie me acompaño a recoger a Marco Aurelio, por miedo a cualquier represalia de los Huertistas que aún no se iban del pueblo. Llegue a recoger el cuerpo en el fondo de una finca, estaba tirado de lado y frente a una pared con agujeros. Tenía las manos amarradas por detrás de la espalda y una venda blanca manchada de sangre en los ojos. Lo abrace, como la última vez, sentí ese cuerpo ya sin vida que un día antes me había dejado en el vestíbulo deshecha.

El tiempo nunca se lleva el dolor de lo que perdemos, esa es una gran mentira, en realidad el tiempo nunca se lleva nada. En los meses siguientes visité en Torreón al General Felipe Ángeles, y me incorporé como médica en uno de los trenes hospital del General Francisco Villa. Nunca fui cuestionada en absoluto por ser extranjera e integrarme a un movimiento nacional revolucionario.

Han pasado un par de años desde que inicié escribir esta historia. He plasmado mis recuerdos y dejado la evidencia de que el amor aparece en los lugares más impensables. México y un hombre hicieron mi caminar más feliz, me otorgaron la oportunidad de descubrir una manera distinta de ver el mundo.

Felices las normales, esos seres extraños que caminan sin dolor. Las que no han sido calcinadas por un amor devorante…

Therese Viller’s.

 

Por Ramiro Corona.

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento.