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Matar al papá de un amigo

Matar al papá de un amigo

    Para mi bisabuelo Cándido Corona Toscano

¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad…?

                                                                                        Stig Dagerman

                                                                           

La tarde es paz. El sol se oculta tras de los últimos árboles del horizonte. Pájaros cantan, surcan el cielo amoratado, las nubes aborregadas parecen detenerse. Pronto caerá la noche sobre Rancho Nuevo. Llegarán los moscos y la gente iniciará la batalla contra ellos. Se escucha el cierre de puertas y se mezcla el aire con el humo de cartón para huevo o de hierba de Santa María. Al final de la primera calle, en la casa más blanca y armoniosa, un muchacho impaciente espera a su hermano. El jovencito, fuerte y criado con el amor más puro que pueden dar las madres, no sabe que esa misma noche habrá de matar al papá de un amigo. Camina de un lado a otro, se toma el cabello rizado con las manos, respira de prisa, su frente acumula la tensión y brotan venas en sus sienes. Espera noticias de su madre enferma.

—Vendré cuando la tarde caiga —le dijo su hermano—. Hasta entonces, espérame aquí. Yo cuidaré de mamá.

            En el centro del pueblo un hombre cierra las ventanas de su casa. Vende el petróleo con el que se iluminan las casas. Es un hombre alto y fuerte, padre del amigo del muchacho que tiene una madre enferma. Él lo matará más tarde. Es un hombre bueno, no sabe que la tarde que se apaga y refleja sobre el río, es la última mancha de luz que verá. Acomoda y resurte los tambos, el eco de su tarea recorre la casa y sus hijos pequeños saben que llegará pronto a abrazarlos. Les hará cosquillas en la panza con su boca y les dará un gran beso de padre.    

En la otra parte del pueblo, el muchacho ha salido de casa. Desesperado, recorre la vereda hacia la cochera. Vuelve. Sube a la cerca y trata de alcanzar con la vista el horizonte. Desea ver el caminar de su hermano al caer la tarde. Nadie viene por el camino. Piensa en su madre, en la mañana en que se desvaneció, la llevaron al hospital y no estuvo con ella. La extraña.

Anda de nuevo la vereda y entra en la cochera. Quita de un jalón la capa polvorienta que cubre una motocicleta. Los últimos rayos del sol salen disparados del cromo. Él aún es muy joven, pero ya sabe conducirla. Cuando su hermano le enseñó, él se estrelló contra los árboles. Ahora es diferente. Con la determinación del sol que se oculta, pone en marcha la motocicleta y sale por la vereda. Buscará a su madre.

Al mismo tiempo, el hombre bueno ha terminado de abrazar y juguetear con sus hijos. Piensa que con la venta del día alcanzará para comprar una hogaza de pan. Con esperanza tierna y un sentimiento feliz en la garganta, se dirige a la alcoba. “Hoy cenarán pan”, manifiesta y gesticula con alegría a su esposa. Hay intercambios de besos y abrazos suntuosos. Minutos más tarde, bajará por la colina. Desde ahí se ve el lento recorrido del río.

La motocicleta surca veloz el camino gobernado por la noche. El muchacho siente que el aire le corta la cara. Sus ojos lloran a causa del viento, a causa de extrañar a su madre. La serpiente negra y veteada de blanco que es la carretera, se extiende sombría. No ve ningún obstáculo en el camino, las llantas de la moto entran y salen rápido de los baches. El sonido del motor se interna en las calles del centro del pueblo. El muchacho gira a la izquierda, después a la derecha, dominado por la adrenalina de alimentar al insaciable destino. Cruza la última calle que lo separa de matar al papá de un amigo. La calle sola y gris impulsa la motocicleta, que ruge incontrolable.

¿Por qué la vida está construida de tanta atrocidad? Minutos antes de que un muchacho mate al papá de un amigo, éste es feliz en la alcoba junto a su esposa. Cierra los ojos e imagina la cena puesta en la mesa, leche con chocolate en las tazas, las sonrisas lindas de todos. No hay mejor pago que las sonrisas de los que se aman. Uno puede pensar en la belleza de los momentos venideros, como si la vida nunca nos fuera a separar de todos los que queremos. Nadie sabe los minutos restantes de una vida, y menos de la propia.

Todo es siempre demasiado tarde. La motocicleta salvaje avanza a velocidad y se estrella contra lo único en la calle, un hombre que regresa a casa con una hogaza de pan en sus manos. El sonido de la moto relincha en el aire y se alarga. El muchacho yace herido a un costado de la motocicleta. Muy cerca, sobre las frías piedras de la calle, un hombre bueno respira agitado y brota un manantial oscuro de su vientre, que comienza a cobijar todo cuerpo. El hijo del que han herido sale de su casa. Muy pronto, todos se asoman. La moto ruge e inunda el aire de olor a gasolina. En los últimos momentos de un hombre bueno, su hijo se acerca llorando y recibe una hogaza de pan bañada en sangre. Ha sido una noche terrible en el pueblo. Una madre buena y un padre bueno han muerto, dejando huecos irreparables en los corazones de dos amigos. Es mentira que la amistad todo lo supera.

¿Quién podría ser capaz de tener por amigo al asesino de su padre?


Ramiro Corona

Escritor de Pueblo