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El embotellamiento en el Puente

El embotellamiento en el Puente

A todas las personas que esperamos alguna vez en el puente.


Un muchacho espera llegar pronto a Juanacatlán. Baja a buena velocidad por la calle cuatrocientos en la camioneta de su trabajo. Pasa frente al Club Azteca. De pronto, una fila de autos lo detiene. Suspira con fuerza y los cabellos de su frente se elevan. Su paciencia no es la mejor del mundo. Ha pasado media hora y sólo avanzó lo equivalente a un auto. Algunos cláxones comienzan a sonar, pero ninguno surte efecto en la larga fila, que se extiende más allá de los ojos del muchacho. 

Pasan unas horas más. La tarde empieza a caer por detrás de la arboleda que se extiende a lo largo de los campos de fútbol. Las personas han empezado a salir de los autos. Unas estiran las piernas, otras caminan hacia el final del puente para comprar algo de comida en la tienda. A lo lejos, el muchacho ve a un par de oficiales. Baja de la camioneta y va hasta ellos.

—Amigo, esto durará toda la noche. Hay un choque muy grave y las personas están prensadas. 

El muchacho regresa. En su mano lleva cervezas. Se sienta en la parte trasera de la camioneta y suspira de nuevo. La noche es fresca y quizá las cosas no vayan del todo mal. Conoce a una muchacha, la del Versa blanco que está al igual que él en la fila y estacionado detrás de su camioneta. Conversan largo rato y beben todas las cervezas. Ella le comparte al muchacho de su cena. Ambos son cada vez menos desconocidos y se produce cierta cercanía. Pasan la noche juntos en la camioneta del muchacho y las siguientes catorce noches también. 

El tráfico en el puente aún no se libera. Muchos han montado tiendas de camping, baños comunes, cocinas al aire libre y han armado un pequeño tianguis en las cajuelas de sus autos. Venden de todo: comida, zapatos, cosas chinas, ropa y hasta terrenos, para que cuando la gente se libere del tráfico tenga donde vivir.

El muchacho y la muchacha emprenden pequeños negocios. Venden lo que antiguamente cargaban en sus coches de la empresa para la que trabajaban. Ella monta una modesta, pero surtida librería en la cajuela del Versa, él un pequeño bar en la caja de la camioneta. En poco tiempo la librería va más que bien. Las personas del embotellamiento disfrutan más de su tiempo y buscan ocuparlo con alguna novela policiaca de Chandler o con la poesía incorpórea de Neruda. El bar se llena casi todos los días, especialmente cuando tocan músicos o hay presentaciones de libros y recitales de poesía.

Ahora la muchacha está embarazada. Ambos están muy felices y celebran su boda. Es una fiesta modesta, —nada de exageraciones —dice ella. Sólo asisten amigos cercanos: los ocupantes de los cinco autos contiguos en la fila. El padre dice tener mucho trabajo ese día: la boda de otros muchachos y tres bautizos de los niños que han ido naciendo en el embotellamiento del puente.

La niña nace y deciden llamarla Aura. Es una niña hermosa. En ella fructífero lo mejor de ambos; la sonrisa y los ojos de la muchacha, las mejillas y las cejas pobladas del muchacho. La ternura encarnada en un ser que detendría los demonios que nos atormentan.  

Pronto, la niña tendrá que ir al kínder que las personas montaron dentro de un camión de pasajeros coches más adelante. 

Una mañana dos oficiales traen la noticia de que por fin podrán cruzar el puente y que por lo tanto el embotellamiento terminará pronto. El muchacho y la muchacha se ponen nerviosísimos tras escuchar la noticia; su vida en el embotellamiento los tiene satisfechos. ¿Acaso no es lo que todos buscamos en algún punto de nuestra vida? Ahora no saben cómo volver y vivir en el “otro mundo”. Se sienten ajenos en un mundo en el que las personas se mueven a sus trabajos y hacen cosas maratónicas para “sobrevivir”, la incoherente frase del “ganarse la vida” que nunca finaliza.

En la noche, el muchacho bebe algunos tragos. Se le ve nervioso y errante. Poco después de acostarse en la cama una fuerza lo hace levantarse. Se viste los pantalones y de pronto escucha la voz de la muchacha:

—¿Qué vas a hacer?

El muchacho suspira con fuerza y los cabellos de su frente se elevan:

—Voy a bloquearlo de nuevo.

La muchacha vuelve a dormir. Sabe que mañana todo estará bien y que será un lindo día.

Ramiro Corona


Ramiro Corona

Es habitante de El Salto y Juanacatlán. Licenciado en Salud Pública y autor de "Cuentos del Pueblo"

*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de La Cascada*