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El hombre de las manos de pólvora

Él es Héctor Manuel, originario de Arandas, donde lleva 30 años trabajando en la quema de castillos
El hombre de las manos de pólvora

El día estuvo soleado, caluroso. Por la noche el cielo lucía un color azul turquesa. Luego la gente comenzó a correr. Se empujaban unos a otros buscando un techo seguro. De entre cientos de personas sólo unas cuantas abrieron su paraguas. La llovizna fue tan inesperada, que los portales de la presidencia resultaron un refugio pequeño para todos los que querían taparse del confuso torrencial.

Héctor Manuel Landeros Ramírez predijo la tormenta desde muy temprano. El hombre, de 54 años de edad, se encargó del espectáculo pirotécnico de esa noche.

Él y sus compañeros de trabajo armaron pieza por pieza el castillo que divirtió a chicos y grandes en el fin del novenario de la fiestas patronales dedicadas a la virgen del Rosario, en Zapotlanejo.

“Nos vamos a esperar un ratito porque puede haber amenazas de agua al rato y hay que ponerle un líquido especial a todo el castillo para protegerlo de la lluvia”, advirtió Manuel Landeros.

Héctor Manuel es un artesano de la pirotecnia, oriundo de Arandas, Jalisco. El difunto, don Amando Delgado Cholico fue su maestro principal.

Don Amando heredó a sus hijos el negocio “Cohetería luz y fuerza”, en el que Héctor trabaja desde hace 30 años, 20 de los cuales ha asistido a las fiestas de la virgen del Rosario.

“En ningún otro pueblo he visto yo peregrinaciones tan bonitas como las que hacen en Zapotlanejo. Se va uno de aquí lleno de Dios. También a uno le llega tantito de todo lo que hacen”, dice el hombre.

El 7 de octubre de cada año, la milenaria imagen de la virgen del Rosario sale del templo en una procesión de niñas danzantes, una banda de guerra, sacerdotes, acólitos, miembros de distintos grupos católicos y fieles de la religión.

Afuera, en la explanada de la presidencia y la casa de la cultura, un altar monumental espera el inicio de la celebración religiosa. Miles de personas de todo el municipio participan del evento. Visten con sus mejores ropas de fiesta. Todo ocurre en el centro histórico de la población.

El sábado siguiente al día 7, comienza el novenario. En esas fechas, cuatro miembros de la “Cohetería luz y fuerza” se hospedan en Zapotlanejo contratados por las distintas empresas que patrocinan las festividades en las que hay música, kermes, juegos mecánicos, peregrinaciones y fuegos artificiales desde las 5 de la mañana, y hasta cerca de las 12 de la noche.

Cada castillo que se aprecia durante unos 30 minutos, equivale al trabajo de todo un día. Este domingo, los coheteros de Arandas comenzaron a “quemar” -como ellos dicen- inmediatamente después de que se soltó la llovizna.

El show, que se prolongó 45 minutos, inició con un corazón giratorio, rojo, ya protegido contra el agua. Luego otros aros comenzaron a girar, se detuvieron y dieron paso a una corona que voló hacia arriba casi a la altura de la torre del templo, un edificio construido en el año de 1790 con cantera de color blanco traída de Tinajeros, una comunidad de este municipio.

La corona subió y bajó cuatro veces, emprendió totalmente el vuelo y volvió a descender hasta caer. Le siguió una especie de trébol que daba vueltas con el ritmo que usan los voladores de Papantla, y al lado giró también una flor que daba la apariencia de abrirse y cerrarse.

El castillo culminó con el vuelo de la corona más grande, y con las luces de varios colores que iluminaron el cielo que todos miraban.

El precio del trabajo
Manuel Landeros no ha visto a su esposa y su hija desde hace dos semanas. Se la pasa yendo de pueblo en pueblo, haciendo castillos y cuetes para las fiestas patronales de otros municipios del país: “Mi lema es: no decir que no a mi trabajo”, recalca.

Cuando se puede, descansa los domingos. Si tiene que trabajar ese día, se lo reponen después. Al año le dan dos semanas de vacaciones: “Me encanta mi trabajo, cuando termina uno de hacerlo y ve que todo le sale bien, uno se siente a gusto, satisfecho, y trata uno de hacer bien las cosas para que la gente quede contenta”, expresó el cohetero a unas cuantas horas de partir a su casa.

El precio de dejar por semanas a su familia para salir a “quemar” es de 1350 pesos semanales. En trabajos como el que se apreció en el final de la celebración del Rosario, el pago extra no rebasa los 400 pesos. Hay castillos que cuestan 9 mil pesos, y otros, como el de hoy, con todo lo que implicó, que llegan a costar hasta 30 mil pesos.

En casi todos los lugares a donde ha viajado este artesano de la pirotecnia, ha escuchado quejas de los ciudadanos que no quieren que los cuetes los levanten temprano o les impidan conciliar el sueño por las noches. Para ellos, Héctor Manuel tiene un mensaje: “Nosotros hacemos nuestro trabajo con un gran gusto. Nos vamos orgullosos de este pueblo con gente bonita, amable y hospitalaria. ¡Gracias por el apoyo!”, dice el cohetero al tiempo que levanta sus manos llenas de pólvora.

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