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¿La vida o el camión?

estia enferma el camión en el que me subí. Avanzamos entre curvas y baches; topes y charcos. El animal va quejándose, temblando, deteniéndose. Son seis pesos, no te puedes quejar por los asientos...
¿La vida o el camión?

Abro un libro y saco los audífonos, mantengo la vista fija en un punto entre la salida de emergencia del techo y mis narices. Finjo que leo, saludo a un conocido y vuelvo al mismo párrafo una y otra vez, ya estamos en marcha. El chofer se baja en la esquina, vuelve con una bebida y arranca como se dice camina, entre dudas porque a ratos el motor no enciende.

 

Sólo un par de horas más y estaré en la escuela. Cruzamos el puente, apenas distingo el olor y me gusta escuchar el agua caer y mirar como se desprende la espuma (es mentira eso último, no me gusta pero prefiero creer que sí). Hasta su rugido duele, la cascada es como una bestia enferma que, a conciencia, repite el mismo lamento.

 

Bestia enferma el camión en el que me subí. Avanzamos entre curvas y baches; topes y charcos. El animal va quejándose, temblando, deteniéndose. Son seis pesos, no te puedes quejar por los asientos. Suben más aunque el camión ya va lleno. La cantidad de asientos no es el límite, en medio siempre está vacío, esto lo sabes sobre todo si conduces.

 

El chofer viaja a menos de 50 kilómetros y se desespera más que los pasajeros. Su jornada es difícil, yo voy de lunes a sábado, él no sabe qué día descansa y hace el recorrido entre cinco y ocho veces al día. No se acuerda si lo saludé ni si él fue grosero o se portó como un caballero.

 

Filas muy largas en las paradas de todas las rutas, más si se trata de lugares fuera de los fraccionamientos. ¿Cuánto tiempo necesitan las personas para recorrer esas distancias?, ¿cuántos vehículos pasarán antes de que alcancen un lugar entre el último que subió y la puerta (cualquiera de las dos)?, avisan a gritos que cierre o que se meta entre el tránsito.

 

Cada espacio tiene un olor distinto, dentro y fuera de la unidad de transporte público. No me malinterpreten, no me quejo, sólo les cuento lo fraternal que resulta viajar en estas condiciones pues compartimos tiempo en un reducido espacio que suspende incluso garantías individuales.

 

Termino la tarea pendiente y observo a los demás. Recupero fragmentos de sus conversaciones, los miro mientras se maquillan o coquetean. Alguno va leyendo, la mayoría escucha música ¿Qué música escuchan?, es mejor que no me entere.

 

Se ajustan los uniformes o la identificación. Ya quiero llegar pero una cosa es el deseo y otra la realidad. Nos hemos detenido suficiente, carretera, anuncios, cerros rojos mutilados, espacios donde apenas se respira, fachadas de fábricas “socialmente responsables” que prostituyen las palabras “ecológico” y “sustentable”, ojalá fuera zoológico todo aquello, pero la basurera y la penal impiden que uno se imagine ciertas cosas y me esforzaría por eso, pero ya llegamos.

 

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