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Cuentos del Pueblo: Sidronio Gómez

— ¡Vivo o muerto, pero que no se nos escape! —Les grito a todos— Ganó pa atrás de la capilla, por ahí ha de estar arrejolado, anda de camisa negra y sombrero ancho.
Cuentos del Pueblo: Sidronio Gómez

Ya había aclarado el día. En el crucero de Rancho Nuevo los robles reflejaban el brillo del sol que se metía en los ojos de los caminantes. La neblina estaba por los suelos, había bajado para humedecer aquel suelo agrietado e infértil donde ya no crecían las casuarinas. Todo aquello resultaba en un lugar abandonado por la suerte de Dios, presa de un olvido que se fue prolongando…

Reñengado, un caballo moro tostoneado regresaba sin rienda en mano de vuelta a su potrero, arrastraba por el pedregal un cuerpo que venía atorado de un pie en el estribo. El bulto ese era Sidronio Gómez, que ya venía muerto y enterregado hasta de la boca.

—Padrecito, mi hijo roba huevos del corral de Don Úrsulo. Pero él no sabe que roba ¿eso también es pecado ante nuestro señor? Creo que se da cuenta de que roba namás cuando lo andan correteando las gallinas por el corral, ahí sí, hasta me he fijado que le cambia la cara y sé que sabe que está obrando mal. Luego va y se sube a un guayabo, donde tiene un clavo atorado con el que les hace un agujero a los huevos para sorbérselos.

—Hija, no dejes que Sidronito se te vaya por la brecha del mal. Recuerda Martina que a los hijos hay que guiarlos. A ese niño lo que hay que ponerle es vara alta desde ahorita que esta chiquito, sino se nos va amañar pa siempre, y Dios sabe que más le dé por agarrar sin pedir permiso ya de grande. Anda, vete a rezar dos Avesmarías y tres Padrenuestros de penitencia que ya voy a empezar misa.

El sol ya había calentado la tierra, y en distintas partes del pueblo se podía ver a los rurales ganando para el lado de la iglesia. Algunos iban a pie y otros a caballo. Con la cabeza baja y semblante melancólico pasaban de uno en uno a persignarse frente a la cruz de cantera. Perder a un compañero siempre les pegaba en los ánimos. "Daremos con ellos y los colgaremos antes de que puedan encomendarse a Dios, no dejaremos que ni la poca alma que tienen se les escape por el pescuezo".

La misa de cuerpo presente iba a la mitad cuando el comandante del escuadrón rural salió a fumarse el cigarro de los nervios, tenía que dar las señas de los pelados que mataron al rural adentro de la caja. A lo lejos, Sidronio Gómez iba bajando por el muro de piedra cuando a su lado empezaron a tronarle los balazos, venían desde el revólver del comandante rural, que lo veía por entre los árboles como descendía de su casa por la ventana del cuarto de su hija. El rural sintió como le hervía la sangre, ya le habían dicho que algún mono se paseaba por la noche en el cuarto de su Rosalba, pero no había creído nada hasta que no vio a aquel fulano descolgándose en persona.

A los primeros tronidos del revólver, el escuadrón rural ya estaba afuera de la capilla listo para seguir las órdenes del comandante.

— ¡Vivo o muerto, pero que no se nos escape! —Les grito a todos— Ganó pa atrás de la capilla, por ahí ha de estar arrejolado, anda de camisa negra y sombrero ancho.

Sidronio, arrejolado en una de las pilastras y con el corazón en susto desenfundó su revólver, le abrió el barril y nomás vio que traía cuatro balas, las saco y las amasó en la mano como diciendo que a eso había que aferrarse. Se tentó la cintura buscando su carrillera de fajo que dejó en el cuarto de la hija del rural. Por lo bajito serían veinte rurales y con tan poquitas municiones no le quedaba de otra más que encomendarse a Dios. Las empezó a meter una por una en el revólver, pero antes, a todas les fue pintando una cruz con la uña para que dieran en el blanco que él quería.

Iban dispersándose uno a uno entre las calles del pueblo, algunos a pie y otros a caballo le iban dando vuelta a la manzana, taponeando todas las calles para que el fulano no se les fuera a pelar. Se les veían los ojos llenos de maldad, y apretaban entre las manos los rifles y las pistolas como cuando andan cazando a alguien con coraje.

Todos estaban a la espera de escuchar cualquier espuela, cualquier sonido que delatará la posición de Sidronio Gómez. El aire se sentía más pesado por mezclarse con la tierra que levantó la gente al esconderse. En el pueblo no se oían más que las palomas picando el adoquín.

Sidronio, desde su esquina tantea cuál sombrero se puede tumbar. Se adelanta con los hombros y le da a dos que se lo querían madrugar por el lado de la cruz de cantera, le empiezan a llover ristras de balazos a la barda en donde él estaba. ¡Bang! Le sume un balazo a la pierna del comandante. Una sola bala le queda en la pistola, y elige salirle a esto como le habían aconsejado cuando estuviera acorralado por el gobierno.

En nuestro pueblo todos somos más o menos malos. Yo seguido trajino muchachas. Primero nomás robaba las que me gustaban pa mí, luego, por encargos que me hacían gentes de Guadalajara. Decían: quiero una así y asado y yo me encargaba de buscar y llevarles a una así y asado.

Una tarde de convite con los amigos, salió la idea de mejor empezar a robar trenes, porque dejaban más dinero que la trajinada de muchachas.

—Ahí para el lado de Tequila se quedan parados un rato los trenes —nos dijo uno—. Y empezamos a madrugarlos y en veces sacamos hasta oro cuando nos encontramos ricos montados en el tren.

De ahí me puse a robar cosas más grades. Una vez nos robamos una campana de oro que iba pa una catedral, y lo más difícil fue fundirla, vimos que ni juntando toda la leña de mezquite y metiéndosela debajo pudimos derretirla. Pero lo más grande que me robe son los ojos de Rosalba. Fue una mañana por la plaza cuando venía cargando dos bolsones de yute y me le acomedí. De inmediato supe que era canija, pero requeté bien le di salida y después de unos días empezamos la entrega.

Rosalba es alta, con un lunar al lado de la boca y labios anchos como los guajes. De piel canela adulzada, ojos grandes y de café ambarino. Tiene el carácter fuerte y fulminante, como uno de esos barrenos que te truenan en las manos apenas los prendes. Gustábamos de acariñarnos en su cuarto mientras su padre el comandante no estaba en el pueblo. Y si en la calle nos encontrábamos le hacíamos de desconocidos, ya sabíamos que nuestras diferencias se arreglaban en su cuarto y no en la calle donde la gente siempre juzga.

Sidronio Gómez salió de donde estaba sin pendiente alguno, las ristras de balas se le dejaron venir como si trajera imantado el cuero, no perdió su gustó de salir a tronarle su última bala al cielo… que vuelta pa atrás nunca hay. «Para un bravo siempre hay otro más bravo, Sidronio lo supo cuando le fueron entrando las balas de los rurales en el cuerpo. Cayó de pura cara en la tierra roja de las magueyeras»…

—Hagan rezos y una de esas cruces que se ponen en los caminos, que ahí va Sidronio Gómez colgando del moro tostoneado hacía el Rancho Nuevo…

Por Ramiro Corona.

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento.