Cascada Noticias - Un medio con identidad
United Languages

Cuentos del Pueblo: ¡Han de ser cosas del diablo!

"Y es que esa noche mi apá y yo veníamos bajando del Papantón, nos había agarrado la lluvia y el sabor del agua terrosa se mezclaba con el sudor al correr por nuestra cara..."
Cuentos del Pueblo: ¡Han de ser cosas del diablo!

Y es que esa noche mi apá y yo veníamos bajando del Papantón, nos había agarrado la lluvia y el sabor del agua terrosa se mezclaba con el sudor al correr por nuestra cara, puedo decirles que esa agua tenía mejor sabor que la de la semana pasada, pues ya era lluvia de avanzada y dicen que el agua se va limpiando cuanto más lleva el temporal.

Cortamos por el pretil de los González, aquella finca sin bardas en las esquinas que los dueños nunca pudieron terminar porque se murieron. Decían en el pueblo que los González tenían un hijo en el otro lado, pero que nunca nadie le avisó que sus padres se le murieron en su olvidado pueblo “Juanacatlán”, palabra que Jesús, ya no pronunciaba desde hace muchos años en aquel lado de Denver, donde sólo se hablaba pura borucada como decía su padre en vida.

Bajábamos por el lado de la loma y no quisimos caminar más hacia el pueblo porque nos dio miedo lo que vimos. Nos paramos atrás de un lienzo para mirar a media parcela un círculo con una fogata en el centro. Desparramados, por todos lados estaban cerca de treinta fulanos haciendo no sé qué cosas.

-Han de estar haciendo cosas del diablo Juan, me han dicho en el pueblo que seguido se viene gente de fuera para acá a hacer sus maldades- Dijo mi apá

Se ponían en la cabeza un tipo de penachos, pero no eran como los de los danzantes del día 10 en las fiestas del pueblo, sino que sólo tenían 4 plumas rojas que miraban hacía la luna.

-Juan, ya vámonos, hay que rodear y bajar por el lado del Cristo Rey, tu mamá ya nos ha de estar esperando con los elotes, esto ya no me da buena espina-

-Tal vez sean satánicos apá, y no vayan a querer llamar al diablo porque ahorita me los trueno. Está parcela es de Don Ricardo, y de seguro le quedará salada y no va a crecer nada como en muchas que vemos por el camino-

-Ya no pienses más en esas dagas Juan, regresémonos pal pueblo que ya no tarda en llover, este aire es aire de lluvia-

No le hice caso a mi apa y tiré un escopetazo al viento. Y todos, como coyotes asustados cuando se les sorprende comiendo carroña voltearon hacia el lienzo en el que estábamos, les vimos la cara a la luz de la luna, los ojos amarillos, la cara llena con sangre que les escurría por la barbilla, y pa pronto comenzaron a correr y se dispersaron por el monte. Tire tres escopetazos más al aire sin dejar de gritarles ¡se van ir al infierno!

Mi apa y yo brincamos el lienzo y nos acercamos despacio hacia la fogata, no sabíamos si todavía quedaban fulanos cerca. Cuando llegamos, nos dieron ganas de regresar la panza al ver un animal sin tripas y sin cabeza, con la megambrea color mole escurriéndosele entre las brasas, tenía entre la piel y el hueso de las cuatro patas un popote largo de fierro, por donde pensamos que le estaban chupando la sangre.

Bajamos al pueblo a traer más gente. Basto con que dijéramos que habíamos visto a los satánicos en la parcela de Don Ricardo para que se nos unieran quince gentes a nuestra labor. Sacamos de los cajones las municiones, los machetes y del establo descolgamos los piales, y de una vez nos fuimos por el “borrego”, un muchacho del barrio Piri que conoce el Papantón como su casa. Uno a uno los fuimos agarrando con la ayuda del borrego que se conocía todas las lomas y los escondites, los apialamos de las manos y de los pies y los echamos a la camioneta unos arriba de otros.

Bajábamos a madres en la camioneta y al llegar al cruce donde uno se puede ir para la Mesita o irse pal pueblo, ahí nos volteamos. De las oscuras y altas hierbas de los lados surgieron como endemoniados dos toros negros que nos voltearon la camioneta. Con trabajos salí de la cabina de la troca aún medio atarantado, y me puse a despertar al borrego que estaba tirado al lado del camino y tenía la boca llena de sangre, mi padre, sentado más delante tenía un trapo amarrado en la cabeza para que no se le saliera la sangre.

Llegamos caminando a la plaza del pueblo y ya había gente esperando a que bajáramos a los satánicos, querían lincharlos. “Pueblo chico infierno grande” dice mi apá. Y pues ni satánicos ni nada, se nos escaparon todos en el cerro. Nada más llegamos nosotros, algunos con los huesos quebrados, otros con cortadas y el borrego sin dientes diciéndole a todo mundo que mejor ni lo hubiéramos invitado. Dicen en el pueblo que los satánicos aún andan sueltos.

 

Sobre el autor: Ramiro Corona es naturalizado por voluntad como originario de Juanacatlán Jal. Su pasión por la investigación le ha permitido conocer e instruirse en diferentes universidades alrededor del mundo. Es un voraz lector de literatura, un oportunista poeta y si bien es diestro para escribir, es zurdo en su pensamiento.

PUBLICIDAD:

VER TAMBIÉN: