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Nefrólogo Víctor Martínez Mejía

Pedro y la mantarraya gigante (Capítulo 1 y 2)

Pedro y la mantarraya gigante (Capítulo 1 y 2)

Capitulo I 

Pedro era un niño costeño de aproximadamente 12 años. Tenía ojos grandes y redondos, su nariz recta y piel morena. Amaba el mar, amaba a su familia y sus tradiciones. Eran gente oriunda de la costa, honesta, amable y alegre. 

 Su pueblo no era muy visitado o promocionado turísticamente. Los búngalos que había eran casi siempre habitados por celebridades que querían pasar desapercibidos, y salían a comer al pueblo, a caminar y nadar en el mar, solamente. Lejos de lujosos hoteles y puntos de atracción turística. 

 Pedro venía de una familia de muchas generaciones de pescadores, desde sus tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres, tíos, primos, todos eran pescadores. 

 Eran personas nobles, gente buena, que sabía cuando salían a pescar, pero no cuando regresarían. Esa era un certeza que solo dejaban en manos de Dios. A veces las lluvias intensas, y fuertes vientos de los huracanes los habían dejado varados, sin agua y sin comida. A veces sin fuerzas, perdidos y desorientados, por días o semanas. Pero siempre alguien les ayudaba a volver sanos y salvos. O mejor dicho algo. 


Arriesgaban sus vidas, pero no sabían hacer otra cosa, y lo hacían mejor que ningún barco de pesca con la más alta tecnología, porque tenían el conocimiento de generaciones y la sabiduría. Conocían los ciclos de apareamiento y reproducción de todos los peces, cuando pescar cierta especie y cuando no. 

 Comprendían la época de cría de las ballenas y sabían respetar su espacio. Leían las estrellas y reconocían las constelaciones. Sabían que el este es el punto cardinal por donde sale el sol y lo ubicamos con nuestra mano derecha, sabían que se ocultaba por el oeste y lo ubicamos con nuestra mano izquierda. Notaban que había algo que los protegía, pero solo lo platicaban con la gente del pueblo. 

 Lo que más anhelaba Pedro era ya irse a pescar con su padre y familiares, salir a mar abierto, disfrutar de los vientos míticos del mar. 

 Éste es un día muy especial para Pedro, ha esperado mucho tiempo para poder platicar con su familia, y pedir permiso para salir junto con ellos a pescar. 

 Hoy Pedro llegó a la playa como lo hace después de hacer sus deberes. Justo al entrar a la playa, cerca de la palmera verde con amarillo, de tronco chueco; hay un puesto de tablas y hojas de palmera, donde venden agua de coco y coco preparado con chile y limón. 


A pocos pasos otro puesto, que más bien es una palapa muy rústica, que desprende los aromas más sabrosos a cocktail de camarones y tacos de pescado empanizado. Pedro se arregló el cabello, peinándolo con sus dedos, y sonríe y saluda a la hija de la vendedora, es su amiga, ella lo saluda y se sonroja, son de la misma edad y compañeros de salón de la escuela. 

 Pedro continúa su camino a la playa, acercándose más al mar. Pedro siente la brisa salada en el rostro. Por fin entra al mar, hunde sus pies en la arena húmeda y granulada. Mira con fascinación los destellos de los minerales en la arena. Disfruta de la textura arenosa, dan una sensación reconfortante y relajante a los pies. Al llegar las olas parece como si uno se desplazara de un lugar a otro, pero es solo la sensación. Observa con detenimiento el movimiento de las olas, y el brillo del sol reflejándose en el mar. 


Pedro ama los fines de semana, pues todos sus familiares se reúnen en su casa, cantan, comen y ríen todo el día y toda la noche. Pedro mira el mar como si conociera algunos de sus secretos, pero quisiera descubrir más. Comienza a caminar de frente al mar, entra poco a poco, veía a través del agua trasparente, admiraba los pequeños peces que pasaban cerca de él. Extendía los brazos y abría las manos, tocando con sus palmas el agua. 

 Anonadado por los destellos dorados en el agua verde esmeralda, y las conchas que iba recogiendo a su paso. Maravillado con el sonido del mar y su ondeo al ritmo del viento. 

 Alrededor de sus pasos se creaban líneas de ondas del mar por el movimiento que él ocasionaba al caminar, y el choque de las olas. Poco a poco iba subiendo el nivel del mar a sus rodillas, pero a Pedro no le preocupaba en lo más mínimo pues era un experto nadador igual que toda su familia. 


Capítulo II 

La familia de Pedro trabajaba para sí misma, con el propósito de comer ellos, vender a las familias y negocios locales, y regalar a aquellos que se quedaran sin trabajo. Todos en el pueblo los querían y respetaban. 

 En las reuniones familiares de los fines de semana hacían una fogata al centro del patio. Todos los hombres se sentaban alrededor y contaban las mejores historias, las mejores anécdotas. Algunas sonaban como de cuento, otras fantasía, otras con misterio, pero todas del mar y sus criaturas. 


Regresó Pedro a la casa y ya habían llegado muchos familiares, venían cargados de comida, aguas frescas y postres. 

 La casa aunque sencilla, estaba muy limpia y recogida. Olía a madera y plantas, la brisa del mar invadía la casa, más que como un invitado, como un familiar. La madre de Pedro era aficionada al mar y la naturaleza.  

 Había muchas decoraciones de caracoles enormes del tamaño de un perro, y sobre el arco que daba de la cocina al patio; colgaban unas campanas de viento por así llamarlos, pero eran conchas de distintos colores y tamaños. Con solo verlo y escucharlo, envolvía con sus sonidos en un ambiente de armonía, alegría y total relajación. 

 Un sonido más bello aún fue la voz de la madre de Pedro, quien Interrumpió la melodiosa vibración de su campana de viento, para llamar a Pedro a comer. Pedro vio la mesa servida y pegando un alegre y efusivo grito, dijo a su mamá que pronto se serviría un plato. Festivo, y jubiloso corrió a saludar a todos sus familiares. 

 

Continuará...


Autora: Jenifer Silvia García Vélez

Sobre la autora: es oriunda de El Salto. Estudio la licenciatura en docencia de inglés como lengua extranjera.

Ama el cine mexicano de la época de oro. Comenzó a escribir cuentos, la inspira plasmar palabras que puedan motivar a las personas.

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